La educación representa uno de los sectores estratégicos en el desarrollo de las personas, de la sociedad y de la economía, tanto por su influencia inmediata como por sus efectos a largo plazo.
Diversos estudios demuestran que la inversión en educación infantil tiene una incidencia directa en el desarrollo de un país. Desde una visión a largo plazo, se estima que los beneficios de una buena formación en edades tempranas se recogerán tanto en forma de mejora económica como de incremento en calidad de vida, salud, posibilidades individuales de acceso a educación superior y mejores oportunidades, trabajos y sueldos. El nobel de economía James Heckman llegó a afirmar que es “más rentable invertir en párvulos que en bolsa”.
Pero no solo hay que considerar los efectos puramente económicos de la inversión en formación, sino también otras repercusiones dentro de la sociedad, como por ejemplo el fomento de la igualdad, la prevención del abandono escolar o la mejora en la preparación técnica y de habilidades. También tiene consecuencias en el ámbito familiar, permitiendo un mayor acceso de la mujer al trabajo y posibilidades de tiempo libre.
La razón del esfuerzo en la educación infantil se debe a que esos primeros años son decisivos en el desarrollo personal y marcan la evolución futura. Especialmente se aprecia su utilidad para reducir las desigualdades sociales de partida y para fomentar los hábitos y habilidades que mejorarán las competencias el día de mañana. La inversión conseguirá más rendimiento si se orienta a lograr los mejores resultados sociales, no solo de los más favorecidos.
Se pueden mantener diversas opiniones sobre la inversión en educación, pero lo cierto es que los países más avanzados mantienen gastos más elevados en formación en edades tempranas que los menos desarrollados, y recuperan esa inversión en forma de economía innovadora, progreso y calidad de vida.
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