Cualquier ejercicio de anticipación de lo que puede pasar con la economía vuelve a estar muy condicionado por un factor de una incertidumbre extrema: el coronavirus. Y las noticias con las que contamos cuando escribo estas líneas son muy negativas. La segunda ola de la pandemia es un hecho. Y, lo que es peor, es más intensa que la primera. Una enorme pena, desde luego, por el lado humano. Pero también, y por el contenido de mis artículos, por el económico. Porque las perspectivas de recuperación económica tras la intensa recesión de marzo y abril, la asociada al “Gran confinamiento”, se habían cumplido. La retirada de gran parte de las medidas restrictivas a la movilidad, actividad, consumo, etc. impulsaron el PIB en la parte central del año. El caso más claro, el de China, economía que ya avanza a tasas interanuales del orden del 5%. Es decir, no solo ha compensado toda la contracción del primer cuarto del año, sino que ha situado su PIB en un nuevo máximo histórico. Para la reflexión, sin duda, la gestión del gigante asiático de la pandemia y de su economía. Aprovecho para recomendar un libro excelente para entender
la nueva realidad económica y geoestratégica de China: Estrategias de poder, de Fidel Sedagorta.
La recuperación en el resto de bloques económicos es solo parcial (entre el 25% y el 75% de lo perdido) y está en función de diversas variables como el estímulo fiscal, la importancia relativa del sector turístico o la estructura empresarial (está claro que, por todas ellas, la economía española ha sufrido de forma diferencial: en 2020 el PIB va a caer del orden del 10%). Como he comentado al principio, la segunda ola del COVID19 nos podría llevar a tener que recortar las previsiones de crecimiento. Sí, de crecimiento, porque el escenario central debe seguir siendo el de un avance del PIB en 2021. Así lo sigue defendiendo el FMI que ha actualizado sus previsiones. Y lo ha hecho al alza respecto a las que manejaba en junio (señal de que en materia económica, en la parte central del año hemos contado con sorpresas positivas).
A este escenario de crecimiento debe contribuir el estímulo fiscal y monetario que, previsiblemente, se intensificaría si asistimos a la recaída del ciclo. La esperanza sigue estando en encontrar la vacuna. Jamás en la historia se han puesto tantos recursos económicos y humanos
y el número de proyectos en diferente tasa de avance es lo suficientemente elevado como para poder contar con elevadas probabilidades de conseguirlo. Ahora bien, reconozcamos
que hasta que llegue la vacunación masiva que permita reducir la famosa R2 serán necesarios muchos meses. Seguramente demasiados. Podría darse la paradoja de que entonces ya se haya conseguido la “inmunidad de rebaño”. A la espera de uno u otro escenario (es decir, lo que está claro es que el virus desaparecerá), es necesario seguir introduciendo liquidez en la economía
real para evitar que una crisis coyuntural provoque daños estructurales (“histéresis”). Una liquidez creada por los bancos centrales (base monetaria) que se transmite a través de 3 canales: bancos (vía crédito), Estados (vía gasto público) y mercados financieros (vía emisión de bonos por
parte de las empresas y, en su caso, revalorización de las acciones). Desde este lado, las señales siguen siendo positivas. El flujo de creación de dinero sigue siendo intenso y la trasmisión no decae. Las condiciones financieras siguen siendo muy laxas, tanto en términos de cantidad como, sobre todo, de precios. El mercado de renta fija como ejemplo, con unos niveles de TIR en mínimos históricos y unas primas por riesgo excepcionalmente bajas. Distorsionadas, sí, claro, por los bancos centrales que están modificando su estrategia de política monetaria. En concreto, siendo más permisivos con un potencial repunte de la inflación. Esta vez no reaccionarán automáticamente si el crecimiento de los precios supera el 2%. Ni siquiera si rebasa el 2,5%. Seguramente esperarán hasta el 3,0% para ello. Que regrese la inflación sería una forma de mitigar el abultado endeudamiento público que va a dejar esta crisis económica. A costa, sí, del ahorrador. Sobre esto ya escribí en esta misma sección justo ante del inicio de la crisis del coronavirus, por lo que lo expuesto entonces no solo sigue manteniendo su vigencia, sino que incluso se intensifica. Como en muchas otras cosas, esta crisis no supone tanto un punto de inflexión como una intensificación de las tendencias previas. Ahorradores, “tenemos un problema”, cada vez mayor y la necesidad de transformarnos en inversores, se intensifica.
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