Cuando un Estado gasta más de lo que ingresa, incurre en el denominado déficit público. Como le pasa a cualquier agente (ciudadanos, empresas, etc.) ante este tipo de desequilibrio tiene dos alternativas: vender activos o pedir prestado. Existen una tercera y una cuarta opción: gastar menos o ingresar más. Pero en este artículo vamos a tratar de las implicaciones cuando no se ha hecho ninguna de las cosas.
La más habitual de las mencionadas anteriormente es la segunda alternativa: pedir prestado. En el caso de los Estados, se materializa mediante la emisión de activos de renta fija (Letras, Bonos y Obligaciones en España). El total de las emisiones vivas equivale al endeudamiento y es lo que se denomina “deuda pública”.
Conviene distinguir, por tanto, entre déficit público (las necesidades de financiación de un año) y deuda pública (el endeudamiento acumulado tras años de déficits). Como es obvio, se puede venir en euros (en el caso de España, del orden de 30.000 millones, déficit, y 1 billón de euros, deuda pública), aunque lo más frecuente es hacerlo en términos proporcionales al PIB (3.0% y 100%, respectivamente, de forma aproximada).
Como es sabido, los Estados están muy endeudados, en gran medida como consecuencia de la Crisis Financiera que estalló en 2008 (y algunas de sus consecuencias, como el aumento de la deuda, todavía estamos sufriéndolas). Pero no es la primera vez que los gobiernos están muy endeudados. Y en todos los casos se ha resuelto. No puede ser de otra forma, por lo que volverá a pasar: se reducirá esa alta proporción entre deuda y PIB. Entonces, cabe hacer preguntas: ¿cómo se ha reducido históricamente el excesivo endeudamiento público? Y, ¿es posible que vuelva a aplicarse la misma solución?
Dado que el endeudamiento se mide como una proporción entre deuda y PIB, la mejor manera de reducirlo es mediante un aumento del denominador, con un fuerte crecimiento del PIB (como sucedió en la década de los cincuenta y sesenta en las principales economías desarrolladas). Ojalá pudiéramos pensar que esta va a ser la vía, pero mucho me temo que es la menos probable en la próxima década.
La segunda alternativa es una reducción del gasto público. Esta es la que reclaman muchos, pero en mi opinión no es del todo posible por la actual pirámide poblacional y ciertos retos pendientes (entre ellos, el cambio climático). Cierto que se pueden reducir gastos superfluos, pero no nos engañemos: el grueso del gasto público tiene mucho que ver con un Estado de Bienestar al que el votante no va a querer renunciar. No sigamos por esta vía en el debate o, al menos, seamos conscientes del escaso potencial: el problema del elevado endeudamiento público no pasa por una reducción del gasto público. Seamos serios y realistas.
Tercera vía: con incrementos de ingresos públicos, esto es, vía impuestos. En este caso, creo que es posible y recomendable. Pero como pasa con el punto anterior, falta apoyo del votante.
Si las tres alternativas anteriores no son probables o posibles, sólo nos queda una cuarta para reducir la deuda pública: un impago. Sin duda la más usada históricamente. Ese impago (es decir, pérdida que sufre el ahorrador que financió el déficit público mediante la compra de duda pública), puede ser de dos formas: explícito e implícito. El explícito es el sabido: el Estado declara que no va pagar cupones ni a devolver el principal (Grecia hace unos años). La implícita es la más frecuente (de hecho, ¡muy frecuente!) y se materializa mediante un aumento de la inflación, que provoca que el ahorrador pierda poder adquisitivo. Usted, con 100 euros hoy se puede comprar un bien. Pero en lugar de hacerlo se lo presta al Tesoro de su país para financiar el déficit. Le renta un 3% anual, pero ¿qué pasa si la inflación es un 5%? Que pierde poder adquisitivo, esto es, sufre una merma patrimonial (un impago implícito) a favor del prestatario. La inflación es una de las maneras más eficaces de reducir el endeudamiento.
¿Y cuál es el problema actual? ¡Que no hay inflación! He aquí una paradoja: tanto tiempo “dando la matraca” con lo buena que es la estabilidad de precios y ahora, conseguida, los economistas estamos preocupados porque no hay inflación. Es así. Dado el elevado nivel de deuda pública y las perspectivas de poco crecimiento del PIB, que no haya inflación es un problema, ya que se ha perdido una de las vías para reducir el endeudamiento.
Los bancos centrales se empeñan con ahínco en generarla, pero el aumento impresionante de la base monetaria es ineficaz. Entramos así en territorio inexplorado de impagos implícitos: mediante tipos de interés negativos. Esto es, el ahorrador invierte 120€ y el Estado le devuelve a los 10 años 110€. Voilà!: he aquí el impago implícito, que se mantendrá mientras no haya crecimiento del PIB, no haya reducción del gasto público o aumento de los impuestos o no se genere inflación. Esto es, en un impago explícito, quitas sobre el valor nominal de la deuda pública. Acostumbrémonos a tipos de interés negativos. Y las hipotecas, a tipo variable, como ya comenté en esta misma sección hace unos meses.
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