Existe un precedente puro en Europa de la aplicación de la tasa Tobin. Suecia la introdujo en 1983, cobrando entre un 0,1% y un 1%, según el producto o el tipo de trading. Unos años más tarde, duplicaron el porcentaje y, a lo largo de la década fueron ampliando la base impositiva a varios vehículos. Las consecuencias para los mercados la volvieron insostenible.
Cuando la abolieron a finales de 1991, los resultados hablaban por sí solos: de los 1,5 millardos de coronas que esperaban recaudar anualmente de media, sólo entraron unos 50-80 millones en las arcas públicas. Al mismo tiempo, el volumen de actividad de la bolsa de Estocolmo cayó a niveles abismales a medida que la actividad escapaba a las bolsas de Oslo y de Londres. De hecho, Estocolmo le ha costado mucho recuperarse en comparación con el, anteriormente menor, parqué noruego. Un 60% del trading de los 11 valores suecos de mayor volumen huyó a Londres. Cuando el impuesto se amplió a los bonos, el intercambio cayó un 85%. Cuando les llegó el turno a los mercados de futuros, el declive fue del 98%.
Las conclusiones de los suecos, que desde entonces son muy críticos con la reintroducción de la idea apuntan a que el impuesto no sólo es inviable si no se aplica al 100% del planeta, sino que, de por sí, estimula la fuga de capitales. Teniendo en cuenta la mayor libertad de movimientos entre mercados de hoy en día, su introducción puede ser simplemente suicida para los países que la introduzcan. Una segunda conclusión, menos inmediata pero también evidente, es que todo impuesto conlleva un descenso de la actividad económica o un intento de evadirlo. Esto último siempre termina por perjudicar a quienes no pueden hacerlo en detrimento de capitales bien gestionados o con más medios.
La idea de la tasa Tobin tiene una fuerte raíz política: resulta sencillo convencer a un electorado de que quitarle a los ricos para dar a los pobres es lo correcto. El problema es cuando nos quedamos en esa parte del análisis y la situación se convierte en quitarle los incentivos a todos para terminar recaudando cada vez menos. Las medidas indiscriminadas sobre algo tan complejo como la actividad económica nunca han dado buenos resultados. Tampoco lo harán en este caso.
Vía | Financial Times
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