Elogiada por muchos como una medida justa de redistribución de la riqueza, el impuesto a las transacciones financieras, más conocido como la tasa Tobin en honor al Nobel de Economía James Tobin, el primero que la propuso seriamente, presenta más sombras que luces. Si las negociaciones que mantienen 11 países europeos, entre ellos España, para avanzar su aplicación (los otros 17 miembros de la UE se han negado) culminan con éxito, la tasa Tobin será una realidad en algún momento de 2015.
En primer lugar, los pretendidos frutos de este impuesto de entre el 0, 25% y el 1% a las cantidades implicadas y que inicialmente afectará a la compra de acciones corre un serio riesgo de repercutir en los inversores, ya que, como advertía el Banco de España, operadores y bancos trasladarán con toda probabilidad este recargo al cliente. De modo que el pretendido efecto de reducir los movimientos bursátiles especulativos tendrá en primer lugar un impacto mayor sobre los pequeños inversores, que obtienen márgenes de beneficio muy escasos en sus operaciones intra-día. No son estos pequeños inversores los que desestabilizan los mercados, sino los grandes capitales que, llegado el momento, se moverán con la misma rapidez de siempre, creando aún mayor volatilidad al romper la percepción de mayor estabilidad que la reducción de las pequeñas operaciones acarreará.
De llegar a aplicarse, su impacto negativo en la economía puede ser bastante real. El lobby europeo de entidades gestoras de activos (la EFAMA) ya ha advertido de la potencial pérdida de ingresos fiscales (debido a la disminución de las operaciones) y de puestos de trabajo en el sector financiero. Por otra parte, y tal vez una de las consecuencias potenciales más preocupantes es el hecho de que la aplicación de la tasa puede llegar a comerse hasta un 33% de la rentabilidad de un plan de pensiones a 30 años, según la misma entidad. Ante estos efectos, los 5.000 millones que el impuesto espera recaudar en España y los 30.000 anunciados para el total de los 11 países que la han anunciado, no parecen compensar el coste humano que puede tener en un producto tan delicado. El hecho de que otros 17 países se hayan negado y la posibilidad de fuga de las operaciones deberían hacernos reflexionar por sí solas.
La tasa Tobin puede parecer una buena idea sobre el papel y cuando se discute informalmente entre amigos. Pero en el momento en que contrastamos sus posibles ventajas con el fucionamiento real de los mercados financieros, nos damos cuenta de que, en estas circunstancias, no es una buena idea.
Vía | El Mundo
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