Su propio nombre despierta recelo, aunque resulta muy indicativo de su actividad. Un fondo buitre se comporta de forma similar a un ave carroñera. A pesar de la connotación negativa y de las dudas morales que pueden despertar, su actividad no sólo es legal, sino que también puede tener consecuencias positivas para el deudor. Como tantas cosas, los fondos buitre son meros instrumentos, cuya bondad depende del uso que se les dé. Veamos en qué consisten.
Se trata de fondos de capital riesgo especializados en comprar deuda de muy baja calidad (con pocas probabilidades de ser pagada) a bajos precios en el mercado secundario. El negocio consiste en lograr, mediante persuasión o litigio, que el deudor pague la cantidad adeudada al nuevo acreedor. El fondo corre un riesgo de no ver esa deuda devuelta nunca, pero también obtiene beneficios inusuales. A menudo llegan a acuerdos para saldar la deuda por otros canales.
El problema que los ha puesto ante la opinión mundial ha sido que este tipo de fondos realiza operaciones de compra de deuda soberana de países muy pobres, o en situaciones desastrosas, como guerras civiles, desastres naturales u otras calamidades. En el momento de la recuperación, estos fondos tratan de posicionarse a la cabeza de la cola de pagos de deuda; o bien acuerdan que les sea devuelta la cantidad adeudada en acciones en moneda local en negocios del país.
Es ésta última práctica la que resulta más controvertida. Por un lado, el fondo ha dado una forma práctica y poco dañina al gobierno de turno para pagar una deuda que le hubiera costado mucho más devolver (especialmente teniendo en cuenta los intereses acumulados). Además, esta participación da un incentivo al capital extranjero del fondo para invertir en el país o desarrollar el negocio en el que han entrado. Pero, al mismo tiempo, esta práctica frena a posibles inversores en el país, interesados en sus recursos naturales o en su clima de negocios, ante el miedo a terminar compartiendo aventuras con algún fondo buitre como socio.
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