El ácido hialurónico se ofrece como una panacea en la lucha contra el envejecimiento de la piel y, a veces incluso, contra el del cuerpo en general. Es cierto que es una sustancia con potencial y propiedades relevantes en la regeneración celular y en el mantenimiento de la hidratación de la piel, pero tampoco es el santo grial. De hecho, el santo grial de la medicina no existe.
Es una sustancia generada por el cuerpo para, entre otras funciones, la lubricación entre articulaciones, la regeneración de la piel y la resistencia de los cartílagos. Los 15 gramos que se estima que cada cuerpo humano produce se localizan sobre todo en los fluidos del ojo y de las articulaciones. El empleado con fines medicinales se cultiva en laboratorios o se extrae de la cresta del gallo.
Se emplea sobre todo para el tratamiento de problemas de articulaciones, incluyendo la artrosis. También en ciertas cirugías de ojo, como en la extracción de cataratas, transplantes de córnea o desprendimientos de retina. Es el relleno empleado para rellenar los labios en cirugía estética.
Existen estudios avalando su uso en el rejuvenecimiento de la piel, debido fundamentalmente a su altísima capacidad para retener agua. Sin embargo, sus efectos no son permanentes, ya que el cuerpo tiende a destruir el ácido hialurónico inyectado. Es posible inyectarlo para reducir la profundidad de los surcos de las arrugas faciales, con efectos de en torno a un año de duración.
No existen pruebas suficientes sin embargo de su eficacia para regenerar la piel después de quemaduras o heridas, ni tampoco para la sequedad del ojo. Como en todo tratamiento médico, es importante guiarnos por la opinión del médico y no exclusivamente la del centro de estética.
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