“Ahí donde hay música, no puede haber cosa mala”, dice Don Quijote a Sancho cuando, en mitad de un bosque siniestro, escuchan música a lo lejos. Cervantes acertaba una vez más al señalar el efecto que tiene la música en nuestro estado de ánimo y bienestar, algo en lo que los psicólogos modernos están insistiendo una y otra vez.
Podemos utilizar la música en nuestra vida cotidiana para calmar el estrés, activarnos por las mañanas y calmarnos por la noche, mejorar el aprendizaje o incluso trabajar mejor. Sabemos que escuchar música estimula la producción de endorfinas, un componente clave en la sensación de bienestar y en la reducción de la respuesta de estrés. Al mismo tiempo, la presencia estos neurotransmisores tiene un efecto beneficioso sobre la presión sanguínea y reduciendo el nivel de las sustancias que mantienen al cuerpo estresado. Cuando estamos en esta situación, tendemos a evitar escuchar música o centrar nuestra atención en ella. Pero, precisamente estando al tanto de este efecto, podemos obtener muy buenos resultados haciendo un esfuerzo y desconectando un momento para escucharla y reducir nuestro estrés.
Qué música emplear para ello es una decisión personal, pero, por lo general, conviene que la música que elijamos esté relacionada con el estado de ánimo que busquemos. En este sentido, el mero hecho de introducirla de fondo en varias de nuestras rutinas (desde pasear al perro a ir al trabajo) puede ayudarnos a mejorar nuestro bienestar cotidiano. Según los estudios, este efecto se magnifica si damos el paso de tocar un instrumento o ponernos a cantar, independientemente de nuestro nivel de competencia.
Al margen de todo tipo de explicaciones neurológicas, lo cierto es que la música viene aportando sentido de una forma mágica a nuestra especie desde su invención. Incorporarla a nuestra rutina puede ayudarnos a centrar el foco de atención en nosotros mismos y recuperar el control, pues ese es uno de los efectos más nocivos del estrés.
Vía | Michigan State University
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