Es en el trabajo donde hemos pasado la mayor parte de nuestra vida, aún más que en la cama. Por ello, es normal que buena parte de nuestras amistades y contactos más cercanos procedan de ahí al término de nuestra vida laboral. Asumir que vamos a perder el contacto sólo porque hemos concluido nuestra vida laboral es exponernos a una gran pérdida sin razón alguna, particularmente si nos hemos retirado anticipadamente o nuestros amigos todavía no lo han hecho.
Aunque es perfectamente posible y enriquecedor hacer nuevas amistades en la vejez, los buenos y viejos amigos no tienen precio. Asumir que la familia podrá reemplazar el contacto social que teníamos en el trabajo puede no ser del todo correcto, especialmente si siguen trabajando o nuestros hijos mayores ya tienen sus propias familias.
Por ello, sabiendo lo importante que es tener una buena red de apoyo social (amistades, compañeros, gente con la que relacionarnos a diario) en la jubilación podemos comenzar a reforzarla antes del retiro. Ir quedando de vez en cuando con aquellos compañeros que nos caen bien puede ser una buena estrategia. Un café, una exposición, un paseo… lo importante es charlar y compartir buenos momentos con gente que nos guste. Continuar haciéndolo una vez dejemos de pasar horas en el mismo lugar será mucho más natural que tratar de establecer una relación una vez jubilados.
Mantener el contacto con nuestro entorno laboral puede ser beneficioso para todos. Nuestros viejos compañeros se beneficiarán de nuestra experiencia y consejo, mientras que nosotros seguiremos al corriente de qué acontece en nuestro sector. Esto último puede derivar, llegado el caso, en acuerdos de colaboración con nuestro antiguo empleado o, tal vez, con otras empresas del sector a modo de asesor. Puede ser también una buena red de apoyo en caso de que decidamos transmitir nuestra experiencia a través de conferencias, libros o de la creación de una bitácora personal en Internet.
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