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La Bitcoin, ¿una nueva moneda? (I)

El auge de las monedas virtuales lleva a muchos a preguntarse si realmente son la moneda del futuro. Por un lado, son una forma extremadamente eficaz para llevar a cabo transacciones financieras. Por el otro, la ausencia de una autoridad central que la regule y la característica fundamental de la moneda basada en la protección del anonimato de las partes implicadas (a través de un fuerte uso de comunicaciones encriptadas) levanta dudas, ya que grupos criminales se han aprovechado de esta segunda característica para realizar transacciones. Pero veamos primero cómo funciona.

La filosofía detrás de la Bitcoin es la misma que ha dado a luz a grandes proyectos tecnológicos en Internet, como Skype, el streaming o las descargas vía torrent: la descentralización. Técnicamente, el sistema monetario de esta criptomoneda consiste en una gran base de datos central encriptada y distribuida entre todos sus usuarios que, a modo de registro de triple entrada, anota todas las transacciones que se realizan en esta moneda. La distribución de sus datos en constante comprobación entre usuarios en cada transacción impide la manipulación interesada del registro. Al mismo tiempo, el uso de fuertes tecnologías de encriptación y el hecho de que todas las transacciones son públicas, provee a la vez de un nivel de transparencia interesante a la vez que protege el anonimato de los usuarios.

Realizar transacciones en esta moneda es tan sencillo como descargarse el software, que consiste en un monedero virtual y comenzar a realizar pagos. Hacerse con unidades de esta moneda es ya un tanto más complicado, pero existen proveedores en España vendiéndolas a través de transferencia bancaria. También es posible recibir pagos en esta unidad. De cualquier modo, la tasa de cambio de la moneda es altísima, girando en torno a los 442€ en este momento.

Antes de lanzarnos a adquirir nuestras monedas virtuales, conviene informarse bien sobre los riesgos y tener en cuenta que su valor no está garantizado por ninguna entidad.

Vía | The Economist

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