null Educación para la salud: un asunto de colaboración entre profesional sanitario y familia

Es un concepto escurridizo, amplio y lleno de matices, pero la OMS define la educación para la salud (EpS) como “las oportunidades de aprendizaje creadas conscientemente y destinadas a mejorar la alfabetización sanitaria, que incluye la mejora del conocimiento de la población y el desarrollo de habilidades personales que conduzcan a la mejora de la salud. Es un proceso educativo que tiene como finalidad responsabilizar en la medida necesaria a los ciudadanos en la defensa de la salud propia y colectiva”.

A un nivel más amplio, en la 9ª Conferencia Mundial de Promoción de la Salud, la última hasta la fecha, que se celebró en Shanghái en noviembre de 2016, la OMS emitió una declaración en la que se rubricaba el compromiso de las autoridades internacionales, nacionales y locales con la salud pública y la erradicación de la pobreza, que se concreta en la promoción de la salud. Esta, a su vez, consta de tres partes: la buena gobernanza, la EpS y el impulso a la salud urbana, ya que es en las comunidades locales desde donde mejor se puede actuar para estrechar los vínculos entre salud, igualdad y bienestar.

En una sociedad desarrollada como la que disfrutamos en la Unión Europea, fundamentalmente pacífica y segura, se diría que la EpS es la principal herramienta de supervivencia y bienestar a nuestra disposición. Sobrevivir, en sentido liberal, ya no es el principal objetivo ni es una tarea diaria para la mayoría de nosotros, sino que la meta es llevar una vida larga, buena y saludable. Se trata, por tanto, de una carrera de fondo que debe empezar en la más tierna infancia y que no se acaba nunca. La carrera de cuidarse.

Para hacerlo, es necesario adquirir una serie de competencias personales y, una vez más, la familia juega un papel primordial y debe ser consciente de la responsabilidad que supone enseñar a los más pequeños a preservar su salud de forma integral, siempre de la mano de los profesionales sanitarios. Luján Soler, dietista-nutricionista y directora de la Unidad de Nutrición del Hospital Universitario HM Madrid, protagoniza uno de los videos educativos del proyecto Aprendemos Juntos, en el que explica, por ejemplo, que comer en familia reduce el riesgo de obesidad infantil, ya que mejora la calidad de la dieta.

“Está comprobado que los niños que comen con sus padres consumen más verdura y más fruta”, afirma. “Aumenta la conciencia de la cantidad de alimento ingerida y la conversación que se genera facilita que se coma más despacio, justamente lo contrario de lo que sucede al ‘engullir’ frente a una pantalla”.

El ritual de comer

A finales de 2018, la revista US News encargó a un panel de expertos que definiese la mejor dieta a seguir en 2019, más allá de que el objetivo fuese o no perder peso. La dieta mediterránea resultó vencedora por su elevado consumo de frutas, aceite de oliva y pescado, entre otros alimentos saludables. Sin embargo, al nombrarla Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2010, la Unesco subrayó fuerte raigambre cultural y su carácter ritual. “El acto de comer juntos (…) es un momento de intercambio social y comunicación, y también de afirmación y renovación de los lazos que configuran la identidad de la familia, el grupo o la comunidad”. La dieta mediterránea es, en definitiva, pura sabiduría popular aplicada tanto a la nutrición como a la convivencia y el conocimiento de la naturaleza.

Hablar y actuar

Comer en familia, no obstante, es mucho más que fomentar una buena alimentación. Es también un ritual cotidiano y es, sobre todo, el momento perfecto para pasar tiempo juntos. Se convierte así en el escenario en el que los niños preguntan y los adultos responden, transmitiendo a sus hijos su afecto, sus conocimientos y sus valores, es decir, educando.

Educar nunca ha sido sencillo, no cabe duda, fundamentalmente porque consiste en establecer un delicado equilibrio entre elaborar mensajes de forma consciente, reflexiva y meditada, y mantener un comportamiento acorde con lo que estamos diciendo en la multitud de situaciones y pequeños conflictos del día a día, muchos de ellos imprevistos y algunos también estresantes. Quienes tienen hijos saben que es imposible estar siempre acertado, ni mucho menos, y que lo verdaderamente importante es mantener una línea coherente.

Los niños imitan el comportamiento de los mayores. Es más, la imitación, lo que hacemos, es una herramienta educativa más potente que las palabras, lo que decimos. Eso explica la educadora canadiense Mary Gordon, considerada una de las mayores expertas mundiales en empatía, fundadora y presidenta de Roots of Empathy. Esta organización, que ofrece programas de desarrollo de la empatía y promoción de la alfabetización emocional desde la infancia, lleva años investigando este interesante campo.

Según Gordon, algunos de los principales problemas de nuestra sociedad, como la violencia o la pobreza, son consecuencia de la falta de empatía. Además, la empatía con empatía entra. En otro de los vídeos de Aprendemos Juntos, Mary Gordon afirma: “Creo que mi madre tenía muchísima empatía y no juzgaba a nadie. Eso tuvo un gran efecto en cómo veo yo la vida y en cómo he podido ayudar a los demás. Mi padre también tenía una visión interesante de nuestra posición en el mundo (…). Hizo que me diese cuenta de que podía marcar la diferencia”.

Incluso aunque creyésemos que ser una persona empática no tiene que ver con la EpS, las palabras de esta experta sirven para mostrar hasta qué punto el comportamiento de nuestros mayores puede conformar nuestra forma de ser, pensar y proceder. Si en nuestra casa se cocina y se come de forma saludable y se habla de lo importante que es alimentarse bien, si nuestros padres llevan un estilo de vida activo, si vemos que se cuidan y se preocupan por cuidarnos, si se esfuerzan por enseñarnos a respetar a los demás y a proteger el medioambiente, si hablan abiertamente de las emociones, si nos llevan al médico cuando procede y nos enseñan a hacer un uso responsable de los medicamentos gracias a las indicaciones de los profesionales, entre otras muchas cosas, nos están educando para llevar una vida sana, física, emocional, cognitiva y socialmente.

SOS adolescentes

Coincidiendo con el Día Universal del Niño 2019, que se celebró el pasado 20 de noviembre, la OMS hizo público el primer macro estudio global sobre actividad física en la adolescencia, con datos de 1,6 millones chicos de entre 11 y 17 años recogidos durante seis años (de 2011 a 2016) en 146 países. Sus conclusiones son desoladoras: más del 80% de los adolescentes no alcanzan el mínimo de actividad física de moderada a intensa aconsejable, fijado en una hora diaria para este grupo de edad. Estamos ante una situación muy alarmante que compromete la salud presente y futura de los jóvenes de todo el mundo, ya que un estilo de vida activo durante la adolescencia proporciona indudables beneficios a nivel físico, pero también mejora la salud mental, el desarrollo cognitivo y la socialización.

Intervenciones comunitarias

Sucede, sin embargo, que no todos los padres disponen de las herramientas para cuidar a sus hijos de la forma más adecuada y tampoco pueden brindarles una verdadera educación para la salud. Todos los estudios actuales establecen una correlación directa entre la pobreza y la diabetes, la obesidad y el sedentarismo, entre otros malos hábitos, desde la infancia y en la edad adulta. En España, el 22,37% de las personas con menores niveles de riqueza son obesas, frente al 9,29% del grupo de mayor poder adquisitivo, de acuerdo con el INE. El problema se acentúa en las mujeres: el 23,98% de las españolas con escasos recursos es obesa, versus el 7,26% de las mujeres que viven en familias de la franja más alta de ingresos.

¿A qué se deben diferencias tan acusadas? A que las familias más pobres se alimentan peor – hasta la FAO reconoce que los alimentos frescos son más caros que los nocivos ultraprocesados-, disponen de menos tiempo para atender a sus niños y tienen menos conocimientos sobre salud y autocuidado. Frente a esta realidad, la escuela se presenta como un marco óptimo para fomentar la educación para la salud, tanto en los niños como en sus familias. Diversos estudios demuestran que la edad preescolar es perfecta para inculcar hábitos saludables duraderos, que ayudarán a los más pequeños a proteger su propia salud a lo largo de toda la vida.

Pero la escuela puede ampliar su campo de acción. El 17 de noviembre de 2019 se presentó el Estudio FAMILIA, dirigido por el Dr. Valentín Fuster, director general del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) y director médico del Hospital Mount Sinai de Nueva York, con el Dr. Rodrigo Fernández Jiménez, cardiólogo e investigador Marie Sklodowska-Curie del CNIC, como primer investigador. “FAMILIA parte de un programa de salud implementado en 15 escuelas infantiles del barrio neoyorkino de Harlem, una zona deprimida con grandes tasas de enfermedades cardiovasculares a edades tempranas. Con él se ha demostrado que los métodos de educación sanitaria basados en la intervención comunitaria de bajo coste -terapia de grupo y coaching individual- pueden promover la salud también entre los padres y el personal de la escuela”, señala el Dr. Fernández. En menos de dos años, estarán disponibles los primeros resultados de un estudio de mayor calado en el que participan en torno a 60 escuelas e institutos de Madrid y Barcelona, que también incorpora a las familias, las grandes protagonistas de la educación para la salud.

Bienestar emocional

Nuestra idea de una vida saludable suele circunscribirse a llevar una dieta equilibrada, estar activos, dormir lo suficiente y evitar los hábitos tóxicos. A menudo olvidamos el bienestar emocional, pese a ser un pilar fundamental. De hecho, la percepción social de la salud mental todavía se declina en negativo: solo hablamos de ella cuando falta. Sin embargo, el bienestar emocional es más que la ausencia de un trastorno o enfermedad mental y desempeña un papel central en la calidad de vida, la salud autopercibida y la motivación para adoptar y mantener hábitos saludables. Conscientes de ello, los programas de intervención comunitaria en materia de educación sanitaria y prevención cada vez introducen más elementos de coaching, inteligencia emocional, manejo del estrés y gestión del tiempo, no solo en beneficio de la salud individual, sino también para generar cambios positivos que mejoren la salud de toda la familia.

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