Regularmente aparecen estudios apuntando las virtudes de la dieta mediterránea. El último en sumarse al coro de voces de elogio a nuestra dieta ha sido llevado a cabo por médicos de la Universidad de Harvard. Comparando la adherencia de más de 4.500 mujeres a este tipo de dieta con su salud celular, concluyeron que existía una relación directa entre ambas.
En concreto, el estudio se centró en el estudio de la longitud de los telómeros, una capa protectora que recubre las extremidades del material genético celular. El daño a este material crea errores en la replicación de las células, dando lugar a enfermedades degenerativas o a cánceres. Es por ello que los científicos creen que la salud de los telómeros puede ser una clave a la hora de analizar la longevidad de cada ser humano.
Sin embargo, existen varios mitos en torno a en qué consiste la dieta mediterránea. Tener una concepción errónea sobre en qué consiste hace que basar la alimentación en ella termine resultando contraproducente. El primero de ellos es el abuso del aceite de oliva. Es cierto que tiene grandes propiedades reguladoras del colesterol y que aporta beneficios a la salud cardiovascular. Pero, como con todo, en cantidades moderadas (regar la ensalada en aceite de oliva no es necesariamente más sano) y, sobre todo, evitando la fritura. Asumir que porque sea aceite de oliva no importa la cantidad de fritura consumida puede provocar el efecto contrario al deseado: problemas cardiovasculares y de peso.
Por otra parte, el corazón de la dieta mediterránea no reside en las carnes y embutidos ibéricos, sino en el consumo de una gran variedad de verduras frescas y pescados. Estos dos elementos son precisamente los que contribuyen a la pérdida de peso y la reducción del colesterol. Dejarlos de lado es otro error frecuente. De modo que, sí a la dieta mediterránea y sus propiedades longevas, pero teniendo siempre claro qué estamos haciendo.
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